Biólogo, músico e ingeniero
sonoro, el americano Berni Krause ha dedicado cuarenta años de su vida a la
búsqueda y recolección de lo que él
denomina como soundscapes, paisajes
sonoros. Se trata de una nueva discilplina, la biofonía, encargada de registrar
y estudiar de manera sistemática las manifestaciones acústicas de la
naturaleza.
Desde el sonido imponente de los
jaguares de la selva amazónica hasta el del derrumbe de los enormes glaciares
del sureste de Alaska, pasando por escenas aparentemente insignificantes como
el canto de las hormigas, los efectos de eco provocados por el rocío o los
golpes rítmicos producidos por el encogimiento de células vegetales al perder
humedad, Krause ha conseguido reunir una
fonoteca de la que toman parte más de quince mil especies. Todo ello a partir de
una inversión de tiempo para nada desdeñable: cuatro mil quinientas horas en
las que la Madre Tierra nos deleita con sus cantos ancestrales.
Anteriormente a su actividad como
bioacústico, Bernie Krause destacó como uno de los pioneros del empleo de
sintetizadores en la música pop. Sus frecuentes colaboraciones con el
legendario George Harrison y con bandas como The Doors, The Byrds, The Monkees y otras
tantas referencias musicales de la psicodelia de finales de los sesenta no le
hicieron pasar desapercibido. Asimismo, durante esta época se asocia con el
músico Paul Beaver, con el que producirá, a partir de sintetizadores, paisajes sonoros naturales destinados a
varias películas de Hollywood como La
semilla del diablo, Apocalypse Now
o Love Story. Es precisamente en este
punto donde comienza su interés y obsesión por recoger, de forma directa, los
sonidos del mundo natural.
Grabadora y auriculares en mano,
Krause inicia en 1968 una larga aventura que culmina con la publicación de su reciente
libro The Great Animal Orchestra: Finding
the Origins of Music in the World's Wild Places. En esta obra monumental, Krause aborda la relación entre el hombre y la
naturaleza a través del elemento sonoro, justificando la atracción del ser
humano hacia la música como un síntoma vital de nuestra pertenencia orgánica a
los ritmos inherentes al mundo natural:
Pero todo este marco sonoro constituye más que algo meramente ambiental: es una manifestación acústica de la ecología, hermosa y a la vez repleta de información. Información que encuentra sus funciones en las actividades de expresión, comunicación y reproducción del mundo animal. Ejemplo de ello son los cantos de cortejo de los gorilas macho, con sus fuertes gritos y golpes de pecho o los atractivos cantos del gibón indonesio al amanecer que los mitos de la etnia Dayak identifican como una invocación directa al sol.

Los paisajes sonoros naturales son una
de las fuentes de información más fértiles e inexploradas que poseemos. Estos
contienen secretos de nuestros orígenes, nuestro pasado y nuestro presente cultural.
Uno de los aspectos más notables
de su estudio se encuentra en la propia organización metodológica. El
naturalista realiza una particular división de los sonidos recogidos: geofonía
(sonidos del viento, del agua y de otros elementos naturales), biofonía
(sonidos producidos por animales, tanto vocales como de movimiento) y
antropofonía (sonidos humanos, especialmente los mecánicos y amplificados).
Pero todo este marco sonoro constituye más que algo meramente ambiental: es una manifestación acústica de la ecología, hermosa y a la vez repleta de información. Información que encuentra sus funciones en las actividades de expresión, comunicación y reproducción del mundo animal. Ejemplo de ello son los cantos de cortejo de los gorilas macho, con sus fuertes gritos y golpes de pecho o los atractivos cantos del gibón indonesio al amanecer que los mitos de la etnia Dayak identifican como una invocación directa al sol.
No hay que olvidar tampoco una de
las misiones más importantes de esta sinfonía natural: la orientación. A través
del sonido los insectos hallan el camino de regreso al nido, las aves se reunen,
los mamíferos se encuentran. Todo ello moldea de manera extraordinaria cada
ecosistema. Todas y cada una de las especies poseen su ancho de banda
específico, su posición en el espectro acústico y, en definitiva, su lugar en
este microcosmos que apenas deja espacio al silencio.
No obstante, en todo esto existe también otra realidad, menos luminosa, que no puede pasar desapercibida. La escena de un grupo de sapos y
halcones desorientados que huyen despavoridos ante el apocalipsis acústico de
un avión que les sobrevuela fragmenta por completo ese coro celestial en
sonidos individuales y caóticos. El estruendo de los motores de barcos
cargueros a través de los océanos nos deja la imagen de miles de crías de
ballena que, desorientadas, acaban varadas y aplastadas por su propio peso en
las playas del mundo. La sustitución del “canto” natural de un castor por un
sobrecogedor lamento tras perder a toda su familia en la destrucción dinamitada
de sus diques nos indica que algo no va bien. Bernie Krause, consciente de todo
ello, pone el grito en el cielo al hablar de este bombardeo atronador, esta
antropofonía infernal que destruye sin piedad los ecosistemas sonoros en los
espacios naturales:
Un gran silencio se está extendiendo sobre
el mundo natural a medida que el sonido del hombre se vuelve ensordecedor. Poco
a poco, la gran orquesta de la vida, el coro del mundo natural, está en proceso
de apagarse. Ha habido una disminución masiva de la densidad y diversidad de
los sonidos de las criaturas, grandes y pequeñas. La sensación de desolación se
extiende más allá de un simple silencio.
Pradera antes de la tala
Pradera tras la tala
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Parque Nacional de Yosemite en Sierra Nevada (San Francisco) |
Lo mismo encontramos cuando
Krause sumerge los micrófonos en los bellos arrecifes de coral que bordean las
islas Fiji. Mientras en una zona bien conservada los murmullos del agua se
entremezclan, de forma casi poética, con el lenguaje musical de un sistema
subacuático compuesto por crustáceos, anémonas, peces globo o tiburones…
a tan solo una milla de distancia, en una franja dañada del mismo arrecife, el sonido de las olas parece ser el único superviviente de un sombrío paisaje:
Arrecife de coral en las islas Fiji |
Con todo esto, Krause realiza su
particular llamada a la concienciación a través de la apreciación de los
paisajes sonoros que él considera como parte fundamental de la evolución
humana. Y aun más. De manera fascinante, sus
investigaciones encuentran aplicación práctica en la conservación del
mundo natural. Al contrario de lo que pueda parecer, las conclusiones
resultantes apuntan a la infalibilidad en el empleo de la lente sonora, más que
visual, para la detección de los peligros ecológicos.
Quizá sea hora de evadirse por un
momento de la cacofonía urbana en la que estamos inmersos, quizá debiéramos,
por un momento, quitarnos esos auriculares—físicos o metafóricos— y escuchar
qué realidades nos cuenta hoy la Pachamama
o madre naturaleza a la que se refería, tan sabiamente, el pueblo maya.
2 comentarios:
Es fascinante la forma con la que capta y entiende la naturaleza. Es esencial escuchar para poder entender lo que pasa y escuchar un bosque después de haber sido deforestado deja el silencio que luego es tapado con el ruido de las maquinas.
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