lunes, 26 de noviembre de 2012

Xul Solar: la música a través del lienzo



Soy campeón del mundo de un “panjuego” que todavía nadie conoce: el panajedrez. Soy  maestro de una escritura que nadie lee todavía. Soy creador de una nueva técnica musical, de una grafía musical que permitirá que el estudio del piano, por ejemplo, sea posible en la tercera parte del tiempo que hoy lleva estudiarlo. Soy creador de una lengua universal –la panlingua– sobre base numérica y astrológica, que tanto contribuiría a que los pueblos se conociesen mejor unos a otros. Soy creador del “neocriollo”, lengua que reclama al mundo de Latinoamérica. Soy el director de un teatro que todavía no funciona…


En estos términos se presentaba Oscar Agustín Alejandro Schulz Solari en el año 1947 ante los lectores de la revista Él. Revista mensual ilustrada para el hombre y el hogar.
 
Nacido en la Argentina  de finales del siglo XIX,  Xul Solar – tal y como se hizo llamar a partir de su estancia en París en 1916— mostró ya desde joven una irrefrenable inquietud vital que pronto le llevaría a ser considerado como uno de los grandes genios del panorama cultural argentino. Su naturaleza curiosa le permitió profundizar en un amplio abanico de disciplinas  como la pintura, la arquitectura, la astrología, la filosofía, la antroposofía, la teosofía, la metafísica, la literatura, la lingüística, o la música.
 

Detalle del piano modificado
Gran aficionado a esta última – de la que recibió una sólida formación familiar- decide, a imitación de las antiguas teorías griegas, intentar transmitir su significado a través del número y la armonía cósmica. Para ello diseña un nuevo piano donde el teclado convencional es sustituido por tres hileras de teclas coloreadas en base a correspondencias sinestésicas. El invento en cuestión, a parte de estar elaborado sobre la escala hexatónica y permitir la intercalación de cuartos de tono, presenta una serie de relieves pensados para los ejecutantes invidentes. Por supuesto que Xul no se olvidó de idear también una nueva notación musical destinada a su nuevo invento. El resultado final de todo esto traería consigo, de forma paralela, la agilización del tiempo de aprendizaje y el acceso a los planos más elevados del conocimiento musical.

Es precisamente este interés por la teoría de correspondencias el que le conducirá a inventar también la panlingua—síntesis de todos los idiomas conocidos— y el panajedrez – donde cada jugada lleva implícitas, entre otras aplicaciones didácticas, sabias lecciones de astrología, democracia, música y poesía—. Y es que, ante todo, Solar fue un visionario, un gran reformador que dedicó la mayor parte de su vida a materializar las venturas y desventuras de su abrumador estandarte ideológico. Bien lo sabían dos de sus grandes amigos y literatos Jorge Luis Borges y Leopoldo Marechal. Este último llegó incluso a retratarle como personaje en su famoso libro Adán Buenosayres: “Usted anda innovándolo todo. Primero el idioma de los argentinos, después la etnografía nacional, ahora la música. ¡Ojo! Ya lo veo con una llave inglesa en la mano queriendo aflojar los bulones del sistema solar”,

De cualquier forma, fue su talento plástico el que le consagró como uno de los más eminentes artistas del siglo XX. El mismo espíritu independiente y creativo que a la temprana edad de cinco años le condujo a escaparse de casa para ir a dibujar locomotoras a la estación local de ferrocarril se convertiría con el tiempo en su máximo aliado artístico. Así, en 1912 toma rumbo hacia el viejo continente y a lo largo de doce años de estancia se empapa de las vanguardias artísticas del momento a través del conocido Der Bleue Reiter.  La fuerte influencia que recibe de Paul Klee—con el que frecuentemente se ha comparado su estilo— y en general de todas estas nuevas tendencias, se acaba mezclando en sus cuadros con los ineludibles tintes de un fuerte sabor personal. Impregnados de un intenso colorido, sus lienzos desplegan la aventura humana del saber esotérico, hermético, mágico y totalizador. Se trata de una aventura que, a ritmo de témpera y pincel, le permite esbozar universos cuasi imaginarios, paraísos de la mística y del conocimiento universal donde la música, más allá de lo alegórico, juega un rol de máxima necesidad.

Entierro (1915)
En el entramado pictórico de Entierro Xul Solar convierte la imagen en algo más que la mera representación de un cortejo fúnebre. La  apariencia estática de un conjunto de monjes envueltos en poderosas llamaradas de fuego cobra vida a través de la convergencia entre disposición espacial y organización rítmica. Tras una observación atenta de la escena en sentido horario surge la revelación de un ostinanto rítmico, una especie de trance musical que, al compás de marcha fúnebre,  conduce a los sombríos personajes hacia el nicho mortuorio. De este modo, el ritmo:
 
toma parte  fundamental de una espiral que se desdibuja en el horizonte.
         
Marina (1939)
Mientras en algunas obras como Marina se ocultan, sumergidos y entrelazados en las profundidades acuáticas del imaginario solariano, ciertos elementos de la notación musical, en otras como Contrapunto de puntas se explora el concepto de lo que podría ser una suerte de polifonía visual que sirve a los personajes representados como medio para realizar su camino de peregrinaje espiritual.

Contrapunto de puntas (1948)




 De corte muy parecido a ésta son también Barreras melódicas y Cinco melodías:


Barreras melódicas (1948)
Cinco melodías (1949)


Coral Bach (1950)
En otros de sus lienzos aparecen menciones directas a compositores conocidos y fuertemente admirados por él, tal es el caso de Coral Bach e Impromptu de Chopin (ambos realizados en conmemoración de sus respectivas fechas de fallecimiento). E el primero parece llevarse a cabo un sutil juego de texturas a través de la estratificación de planos y la  imitación motívica.



Por contrapartida, en  Impromptu  se pone de manifiesto una marcada correspondencia pictórico-musical a través del dibujo y  la línea melódica: tras lo que podría parecer un conjunto abstracto de montañas y seres indefinidos emergen, de manera inesperada, los compases iniciales del Impromptu Op. 29 en La bemol del compositor polaco.


Impromptu de Chopin (1949)

Inicio del ImpromptuOp. 29 en La bemol de F. Chopin y detalle de la notación plástica

Adentrarse en el universo simbólico de este genio polifacético y llegar a comprenderlo desde su más pura esencia supone todo un reto intelectual. De hecho, su huella musical había sido prácticamente olvidada—e incluso, en muchos casos, desconocida—hasta que hace tan sólo unos años la musicóloga argentina Cintia Cristiá decide traerla de vuelta. Lo hace primero en el año 2000 a través de su tesis doctoral La musique dans la vie et l'œuvre de Xul Solar ( Universidad  de París-Sorbona , París IV) y más recientemente con su libro Xul Solar, un músico visual. La música en su vida y obra (Gourmet Musical, 2011). Gracias a ella hoy se añade una pieza más a este puzzle que constituye la comprensión del inmenso legado xulsolariano.


 



  




 

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